Comenzamos
el mes con nuevos temas y abundante información importante para mantenerte al día
y actualizado.
Después de
un largo tiempo de vacaciones y aprendizaje, ahora toca compartir e informar
sobre lo que viene sucediendo en la actualidad.
¿Te haz
preguntado si tienes pasta para emprender? ¿Iniciar tu propio negocio y
convertirlo en tu empresa? Pues varios estudios sostienen que esta generación es
la más emprendedora de la historia, los Millenials no aguantan mucho tiempo en
un mismo lugar de trabajo y van por hacer realidad sus proyectos y vivir de
ellos.
Estas entre
ellos? Crees que tienes una buena idea y que continuamente le das vueltas para
hacerla realidad? Pues ahora te traemos consejos elaborados por el Foro Económico
Mundial para que hagas realidad tu emprendimiento.
El primer paso para iniciar un
negocio no es una idea, es una necesidad
La teoría y
el sentido común nos dicen que un negocio empieza a partir de una buena idea.
La lógica pareciera indicar que el primer paso para iniciar un proyecto se da
cuando se enciende el foco y un pensamiento se abre camino para convertirse en
realidad. Así, un emprendedor se entusiasma, se ilusiona, empieza a prever, a
planear, a presupuestar, integra un equipo de trabajo, invierte tiempo,
talento, recursos y, en el mejor de los casos, realiza una buena idea que le
gusta a todo el mundo y por la que nadie está dispuesto a pagar. ¿Qué salió
mal?
Hay escuelas
de pensamiento administrativo, como las tradicionales, que creen que el proceso
de emprendimiento debe llevar los mismos pasos del proceso administrativo. Es
decir, se debe de llevar a cabo una planeación exhaustiva y minuciosa para
entregarle al mercado un producto o servicio lo más pulido y bien determinado.
Así lo
plantean desde Elton Mayo hasta Michael Porter: el trabajo se hace en la
intimidad de una oficina, un laboratorio o un espacio que permita probar el
producto antes de que llegue a las manos del cliente.
Teorías del Milenio
Por otro
lado, las teorías modernas de este mileno, como Lean Startup de Eric Ries,
creen que hay que hacer un prototipo lo más austero posible, lanzarlo al
mercado y permitir que el consumidor interactúe y ejerza un papel cocreador para
darle lo que necesita, en la forma que necesita, sin desperdiciar tiempo ni
dinero en estudios tardados y caros que tal vez no sirvan para nada.
El péndulo
de estas teorías oscila en extremos lejanos y divergentes. Es cierto que la
clave del éxito no se encuentra necesariamente detrás de una lista de estudios,
y también es verdad que buscar retroalimentación del consumidor final no es tan
fácil ni tan barato ni tan inmediato. Es asombroso cómo algunos negocios por
los que nadie se atrevería a apostar ni cinco centavos se convierten en
triunfos contundentes y es verdad que ideas a las que se les veía gran
potencial terminan siendo fracasos rotundos. ¿Por qué?
Parece un
misterio ver cómo proyectos con imágenes magníficas, infraestructura
especializada, estudios de mercado que acreditan las posibilidades, se deshacen
como pastillitas efervescentes, y algunos negocios que fueron lanzados a base
de intuición y sin tanta reflexión se cubren de gloria generando muchas ventas
y magníficas utilidades. ¿Cómo es esto posible?
Creatividad e Innovación
No hay duda
de que la creatividad y la innovación son elementos indispensables en la
creación de negocios; sin embargo, la observación me ha llevado a concluir que
no son fundacionales. El primer paso para iniciar un negocio no es una idea, es
una necesidad. Que me perdonen todos los críticos y expertos de los foros
universitarios y todos los académicos que desde los libros nos impulsan a
buscar una idea por cielo, mar y tierra. No es por ahí. Es detectando las
necesidades que tiene el mercado que podemos iniciar un negocio con éxito.
Un
emprendedor típico se enamora tanto de su idea, a la que ha prefigurado y
cuidado a lo largo del tiempo, que generalmente no acepta que nadie la
modifique ni la ponga en un lugar diferente al que él, de antemano, se le
ocurrió. En esa ilusión de emprendimiento quedan atrapadas ideas que, siendo
buenas, no son exitosas. El Código Romanoff —independientemente de su valor
historiográfico— nos cuenta la historia de un Leonardo da Vinci que no quiso
ser científico ni artista, sino que su verdadera vocación era ser cocinero.
En el camino
que le llevó a perseguir su camino al caldero y la estufa sufrió varios
descalabros. Primero, se asoció con Sandro Botticelli para poner una taberna en
la que servían a los comensales zanahorias hechas esculturas y papas
transformadas en obras de arte. Salieron corriendo de Florencia perseguidos por
comensales a los que les interesaba comer bien, no comer bonito. Leonardo y
Botticelli tenían estupendas ideas de presentación de platillos, pero sus
clientes no tenían necesidad de satisfacer su gusto estético, querían saciar su
hambre.
Las ideas
culinarias de Leonardo, la servilleta individual, el destapacorchos, el
molinito de pimienta, son inventos que actualmente se usan en la cotidianidad
de las cocinas y las mesas del mundo. Sin embargo, en aquel tiempo fueron
desestimados. ¿Por qué? Porque no estaban atendiendo ninguna necesidad
específica. Cuando alguien descubrió su utilidad y pudo encontrar un beneficio
lógico para estos artefactos, pudo comercializarlos y hacer negocio. Antes, no.
Más que ideas
Por lo
tanto, no creo que el inicio de un negocio venga con las ideas. Desde luego,
tenerlas es siempre útil. La creatividad y la innovación serán siempre aliados
de oro para todos aquellos que quieran incursionar en el mundo del
emprendimiento. Pero, cuidado, no son suficientes. Nos han hecho creer que a
partir de una idea podemos generar planes que nos lleven a alcanzar una meta.
Y, por ello, más del 70% de los proyectos de emprendimiento fallan y no alcanzan
a sobrevivir un año de operaciones. No están satisfaciendo una necesidad.
Es posible
que alguna de estas ideas entre en el impulso de los clientes y alce una moda
pasajera. Pero si lo que queremos es que los clientes hagan sonar la caja
registradora y hagan girar la rueda de productividad, entonces tenemos que
estar claros de cuál es la necesidad que estamos cubriendo, cuál es la
insatisfacción que estamos atendiendo, cuál es el dolor que estamos aliviando.
Mientras más primitiva sea, mayores posibilidades de éxito; mientras más
sofisticada, mayores elementos de diferenciación debemos de tener.
La labor de
convencimiento se vuelve casi nimia desde el momento en que es el propio
cliente el que descubre que ahí hay algo que le interesa porque le va a estar
resolviendo algún problema. El primer paso para iniciar un negocio no es abrir
el oído para escuchar el canto de las musas, es abrir los ojos y poner atención
en aquello que le hace falta a nuestros clientes, sea un bien o un servicio, y
entonces entrar en la disposición de ponérselo a su alcance. Sin duda, es un
cambio de paradigma al que debemos atender. Los emprendedores necesitamos
entender.
Fuente: Foro
Económico Mundial
0 comentarios:
Publicar un comentario