Europa pasa
por un momento complicado en su historia. Imbuida en una serie de crisis que
golpean su salud financiera, económica y social trata de mantenerse aun como un
espacio que refleje humanismo y liderazgo en el mundo, sin embargo, y esto lo
venimos mostrando seguidamente en este espacio, hay un quiebre generacional que
no encuentra reconciliación. La generación Millenial muestra resentimientos y
dudas sobre su futuro, y es paradójico ya que en una época donde la tecnología y
la viralizacion de situaciones y noticias deberían ayudar a que las
generaciones tengan puentes filiales que lleven una mejor comprensión de
habitos e ideales.
El Brexit es
quizás la mejor muestra de esta fractura generacional, es quizás la muestra
evidente de un fracaso fruto de egoísmo y temores.
La juventud
europea y vale decir también la latina caminan buscando un espacio de vida y
desarrollo, potencial hay, somos quizás la generación mejor preparada de la
historia de la humanidad, la generación con mayor cercanía debido a la tecnología,
pero parece haber una muralla de burocracias, intereses y egoísmos que resulta difícil
flanquear.
Que
diferencia con los años 80 y 90 donde la caída del muro de Berlin fue el inicio
de un camino de unidad y desarrollo sin igual que dio un ejemplo al mundo
entero de que si es posible reconciliar naciones y generaciones.
El Viejo Continente
Las
evidencias acerca del envejecimiento de la población mundial son contundentes.
Mucho más en las economías avanzadas y, dentro de ellas, las europeas. En
ausencia de respuestas de política económica a esa amenaza, las pérdidas de
bienestar serán importantes, consecuencia de la acentuación de las ya visibles
señales de estancamiento del crecimiento, especialmente en la eurozona. De los
diversos impactos —económicos, sociales, políticos— que tendrá el creciente
peso relativo de la población entre 50 y 64 años, ahora el FMI destaca el
descenso de la productividad. A la mayor experiencia de los trabajadores
mayores contraponen los más frecuentes problemas de salud y las resistencias
adaptativas a las nuevas tecnologías, con un balance negativo en ese componente
esencial para que las economías aumenten su potencial de crecimiento.
Esa amenaza
se añade a la que se cierne sobre el sistema público de pensiones,
especialmente en países del sur de Europa, en los que el creciente
envejecimiento coexiste con una muy baja productividad, elevada deuda pública y
sin holgura en las finanzas públicas para reducir esas amenazas.
Frente a
ello, no basta únicamente con ampliar la edad de jubilación. Es necesario
actuar sobre la capacidad de los mayores. La mayor esperanza y calidad de vida
es un hecho en países como España. Pero no lo es la capacidad de adaptación a
los cambios en métodos de trabajo y organización en las empresas de las
personas mayores dispuestas a seguir manteniendo una actividad laboral, en la
que poner en valor ese atributo básico, la experiencia. Sobre la base de la
flexibilidad para prolongar la vida laboral a partir de una edad, además de
mejorar los sistemas de salud, es necesario mantener programas de formación
continua que permitan la adaptación a las nuevas tecnologías de las personas
mayores, que garanticen que la voluntad de permanecer parcial o totalmente
activo no encuentra obstáculos sobrevenidos.
Son
necesarios programas de formación continua que permitan la adaptación a las
nuevas tecnologías de las personas mayores.
Europa de espaldas a sus jóvenes
El desempleo
entre los jóvenes es una carga particular para los países de la región del Mediterráneo.
En Italia, más de un 30% de los jóvenes con edades entre 20 y 24 años se
quedaron el año pasado sin empleo o estudios.
Seis años
después de que la crisis de deuda del euro comenzara su ataque a economías como
la de Grecia o Irlanda, una de cada seis personas con edades comprendidas entre
los 20 y 24 años vive para el momento, esto es, carece de empleo, no cursa
estudios o sigue una formación.
Se les
conoce como NEETs, por sus siglas en inglés. En la Unión Europea de 28 países,
5 millones de personas se ajustan a esta descripción, según datos recientes de
Eurostat.
El problema
no es sólo que no tengan un empleo en la actualidad. “Se enfrentan a una
desventaja permanente en el mercado laboral”, según Guntram Wolff, director del
grupo de política Bruegel, con sede en Bruselas. “Nunca serán tan productivos
como los individuos que tienen un comienzo normal”.
El desempleo
entre los jóvenes es una carga particular para los países de la región del
Mediterráneo. En Italia, más de un 30 por ciento de los jóvenes con edades
entre 20 y 24 años se quedaron el año pasado sin empleo o estudios, un
incremento de casi 10 puntos porcentuales respecto de 2006. En Grecia la tasa
aumentó al 26 por ciento.
“Los países
que ya se enfrentan a las consecuencias de una crisis económica grave sentirán
el impacto a largo plazo del alto desempleo de los jóvenes en sus economías en
los próximos 20 a 30 años”, dijo Wolff.
Si bien la
situación en los países de Europa central es mejor, los problemas son
similares: el desempleo entre los jóvenes alemanes u holandeses también excede
la tasa media para la población activa total.
El desafío es Político
En el Reino
Unido, la fractura generacional (entre unos jóvenes europeos y europeístas y
unos mayores nostálgicos de unas glorias imperiales que jamás volverán), la
fractura interna en Inglaterra (entre un Londres dinámico y cosmopolita y el
resto del país), y la fractura nacional (entre Inglaterra y Gales, por una
parte, y Escocia e Irlanda del Norte, por otra, quienes ya se han apresurado a
pedir un nuevo referéndum de independencia, en el primer caso, y la
reunificación de Irlanda, por otro), son exponentes de un grave problema
político que los dirigentes británicos tienen la obligación de gestionar.
Pero lo
mismo vale para la Unión Europea. Se ha hablado y se habla mucho estos días del
impacto económico negativo, en términos de flujos comerciales y financieros, de
los intercambios turísticos o de las consecuencias fiscales sobre los
expatriados... Es lógico. Pero no es lo más relevante. En economía, todo es más
gestionable que en política. Quedan muchos meses (o años) de negociación y hay
muchos espacios de entendimiento posibles para minimizar los riesgos y los
costes de la ruptura. Y muchos modelos de posible relación de cara al futuro.
Veremos. Pero si se hace bien, no será dramático. Y por ello, probablemente, la
campaña de los favorables al 'Bremein' ha apelado en exceso al eventual coste
económico y no ha enfatizado suficientemente los costes políticos tanto para el
Reino Unido (su propia ruptura, por ejemplo), como para el conjunto de la Unión
Europea.
No sólo
puede revertirse ahora con el Reino Unido, sino que se van a generar dinámicas
análogas en otros países de la Unión, incluidos algunos de los fundadores, como
los Países Bajos o la propia Francia. La vuelta atrás es, pues, posible. Y el
resultado sería devastador. En un mundo global con el eje de gravedad cada vez
más lejos de nuestro continente, la desmembración europea nos haría
crecientemente irrelevantes. En un hipotético G8 dentro de 20 años, no estaría
ni tan siquiera Alemania. Y con un añadido crucial: la construcción europea
aparecía como un antídoto a las tendencias centrífugas de algunos Estados de la
Unión. Ahora se abre un camino alternativo, imprevisible en sus consecuencias,
pero que no augura nada bueno. Tampoco para nuestro país.Y hay otro coste más
sutil pero no menos relevante. Se trata de constatar que no basta aplicar
flexibilidades "a la carta", forzando el propio espíritu de la Unión,
para garantizar la permanencia de algunos Estados miembros. El acuerdo, que ha
devenido inútil, entre la Comisión y el Consejo, por una parte, y el Reino
Unido, por otro, afectando a aspectos sustanciales del acervo comunitario
(desde la libre circulación de personas al propio concepto de ciudadanía
europea) es un buen ejemplo. Para ser miembro de un Club hay que aceptar las
normas. Todas. Y Europa no puede ni debe seguir por este camino.Al contrario.
Debe profundizar en la determinación de un "núcleo duro" que, a
partir de Schengen y del euro, avance en la Unión Económica (y no sólo
Monetaria, como hasta ahora) y que debe acabar en la mutualización de la deuda,
y que considere irreversible la ciudadanía europea con todas sus consecuencias.
Y en ese
desafío, el papel de Alemania es fundamental. Alemania es condición necesaria
(aunque no suficiente). Sin ella, Europa como concepto político no es posible.
Con ella, algunos países como España, para el que Europa ha sido garantía de
libertad, de democracia, de economía de mercado y de seguridad, a través del
vínculo atlántico, podemos contribuir de manera decisiva. Hay que ayudar a
Alemania a salir de su propensión reciente, históricamente lógica, a no ejercer
el liderazgo. Anteriormente, lo compartió, y de forma subordinada, con Francia.
En alguna ocasión, permitió que ese liderazgo se canalizara a través de las
instituciones comunitarias. Hoy no cabe alternativa: Alemania debe liderar,
España y otros países debemos apoyar, impulsar y contribuir, y las
instituciones europeas (Consejo, Comisión y Parlamento) deben ser proactivas en
esa dirección.Hace muchos años, en la campaña electoral norteamericana de 1992,
el jefe de campaña del aspirante demócrata Bill Clinton consiguió remontar las
encuestas, hasta entonces muy favorables a la reelección del presidente Bush,
gracias, entre otras cosas, al énfasis que puso en las preocupaciones
cotidianas de los ciudadanos estadounidenses. He hizo famosa la frase: 'The
economy, stupid'. Hoy, en Europa, debemos cambiar ese énfasis.
No es la
economía, sino la política lo más vital en estos momentos. Y no hace falta
insultar a nadie.
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